sábado, 31 de enero de 2009



A veces no existe una única lógica para las cosas.
Hay un punto intermedio, no todo es blanco o negro,
bueno no siempre. Las diferencias hacen al
cotidiano, nos modifica a tal punto de ser unánimes
dueños del delirio perpetuo al que nosotros mismos
nos condenamos.
El problema no es que las cosas
sean grises, el tema es cuando tenemos dos cosas
y si o si tenemos que elegir una. Uno puede amar,
odiar o querer, pero hay veces que el intermedio
hace a la diferencia, y ella nos hace delirar a tal
punto de crear una fantasía constante de la que

muy pocos saben sobrellevar antes de que las
emociones se compri
man y nos hagan explotar.

En cambio, hay quienes viven aguantándose todo
eso, se lo guardan a si mismo, y les hace mal, eso
les termina jugando en contra a tal punto de
hacerlos perder. Si el interior está mal, lo proyectamos
en el exterior y ¿cuál es la gracia? ¿joder a los demás,
lavarnos las manos?
No, ninguna de todos los cargos le
sienta a la misma verdad; lo único que estamos haciendo
es defendernos de nuestras propias jugadas,
nosotros no somos nada más y nada menos que
i
nconscientes rivales de nuestro propio juego y
aun así existe un punto medio pero no merece ser
considerado un equilibrio.
En nuestro juego se gana
o se pierde, u optas por empatar pero entonces
¿cuál sería el sentido de jugar con nosotros mismo
si volvemos al mismo lugar de siempre pero de la
peor manera?¿Cuántas veces más me tengo que equivocar
para poder aprender? Este tropezón empieza a ser
el principio de una caida.

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